martes, 22 de febrero de 2011

MUNICIPALIDAD DE LANCO Y HEGEMONÍA CULTURAL

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“Pretender imponer una identidad cultural sobre la gente equivale a encerrarlos en una prisión y negarles la más preciada de sus libertades—la de escoger qué, cómo, y quiénes quieren ser”.
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Mario Vargas LLosa


“Gente de esfuerzo, habita desde hace 93 años este territorio, Lanco en Mapudungun significa “Aguas Detenidas”, su identidad cultural es el patrimonio que desde 1917 hasta 2011, caracteriza a su gente como cariñosa, amable, con espíritu solidario digno de imitar.”

Este breve párrafo puede parecer un inofensivo material pedagógico para estudiantes, sin embargo, re-confirma la "hegemonía cultural" y la “exclusión”, presuntamente promovidas por la I. Municipalidad de Lanco, ahora a través de su propio periódico: "Portal del Sur".

En efecto, la primera edición del periódico municipal “Portal del Sur”, página 4, bajo el título “Aniversario 93, Lanco en verano”, es una radiografía de la gestión municipal y su política de exclusión. Reafirma, además, los procesos históricos de exclusión y negación hacia el Pueblo Mapunche.

Para una mejor comprensión se desglosa y analiza el párrafo en cuestión:



GENTE DE ESFUERZO, HABITA DESDE HACE 93 AÑOS ESTE TERRITORIO

El territorio Lanco no fue habitado hace 93 años, vale decir, no apareció repentinamente una muchedumbre, “el día de los inocentes” del año 1917 y fundó la comuna. Ese año sólo es un hito que consolida un proceso histórico-social regional que, tomó fuerzas con la inmigración y penetración extranjera a mediados del siglo XIX, o con la explotación maderera y el ferrocarril a principios del siglo XX. Esto es si excluimos al Pueblo Mapuche y sólo consideramos a la sociedad occidental.

Respecto del Pueblo Originario “excluido” de la identidad cultural de Lanco, es necesario recordar que, entre otros, existe la “Breve Relación del Parlamento Mapuche de Coz Coz” (1907), del periodista Aurelio Díaz Meza; la “Caracterización socio-cultural de las comunidades mapuche de Antilhue, Mocun, Huillomallin, Catricura, Nihual Mapu y Pitranilahue de la comuna de Lanco” de la Asociación de Comunidades Indígenas de Lanco e Iván Ponce, 2005; y el Proyecto que dice relación con la
Historia de Lanco (Lanco y Malalhue: familias, instituciones, escuelas misionales, cultura mapunche e inicios de Lanco) I. Municipalidad de Lanco - Plan de Gestión Comunal Fondo de Desarrollo Cultural GORE Los Ríos, 2010.
Todos estos documentos reafirman o dan luces respecto de una serie de aspectos históricos y patrimoniales del territorio: desde los primeros habitantes, que se adscriben a un período entre los años 300-1000 DC (incluso antes; según sea el autor citado) hasta relatos, creencias, aspectos rituales y costumbres actuales. Además, existen datos de museos nacionales, regionales, muestras museológicas locales, que exhiben o preservan el patrimonio tangible mueble, consistente en vestigios líticos (piedra), cerámica y otros; sean prehispánicos, paralelos al contacto hispano, y post hispano.
Se debe recordar que, históricamente, existe una relación con la sociedad occidental, que genera un importante impacto en la modificación, supresión, creación o apropiación de nueva identidad por el proceso de aculturación. Esto ha sido ocultado por los avatares del tiempo y se relaciona con los efectos del colonialismo español o la consolidación del Estado chileno (y sus acciones u omisiones): enfermedades, adicciones, consanguinidades, engaños, exclusión, abusos de poder, corrupción, expoliación territorial, persecuciones, torturas, pérdida del idioma y la cultura, asesinatos, etc.

Entonces, aseverar que la “gente de esfuerzo” hace 93 años habita este territorio, parece un acto de segregación y una injusticia que, viene a reafirmar los procesos históricos de negación de raza, idioma, cultura e identidad mapunche. Más grave aún cuando el Pueblo Mapunche, es una gran fortaleza para la identidad cultural del territorio denominado Lanco.



“LANCO EN MAPUDUNGUN SIGNIFICA AGUAS DETENIDAS”

El mismo proyecto, precedentemente mencionado, contempla hipótesis del nombre de Lanco, sustentables bibliográficamente o vía relato. Entonces, Lanco, también puede significar:

- Centeno endémico que servía para hacer pan, Bromus unioloides.
- Una gramínea, Bromus stamineus
- Hierba para curar heridas.
- Lugar donde mueren la Aguas. Lan, muerte; Co, agua.

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La diversidad de visiones no necesariamente son un ataque a la identidad cultural, porque también pueden complementarla.


“…SU IDENTIDAD CULTURAL ES EL PATRIMONIO QUE DESDE 1917 HASTA 2011, CARACTERIZA A SU GENTE COMO CARIÑOSA, AMABLE, CON ESPÍRITU SOLIDARIO DIGNO DE IMITAR.”

Es curioso que la I. Municipalidad de Lanco, se arrogue el derecho de “INVENTAR IDENTIDAD” y que la INVENTE MAL.

De acuerdo con Olga Lucía Molano:

“La identidad está ligada a la historia y al patrimonio cultural. La identidad cultural no existe sin la memoria, sin la capacidad de reconocer el pasado, sin elementos simbólicos o referentes que le son propios y que ayudan a construir el futuro.”

Entonces, parece lógico que antes de manosear la identidad cultural, primero reflexionemos si Lanco tiene memoria y capacidad de reconocer el pasado; reconocer cuáles son los elementos simbólicos y referentes…

También reflexionar si la construcción y recreación de identidad cultural es un acto a puertas cerradas de la Administración, pudiendo difundirlo a través de su propio periódico o es un proceso colectivo en que participan los actores sociales en su creación y recreación, etc.

MODELO ESENCIALISTA

Los esencialistas reconocen la identidad, como algo petrificado, que se concretó en algún momento del pasado y perdura inmutable, heredado, hasta el tiempo presente.
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Un claro ejemplo de imposición de esta vertiente, es la frase en el periódico municipal que encasilla la identidad cultural, como el patrimonio -"estático"- entre 1917 y 2011.
¡ Esto es una soberana ignorancia !

MODELO CONSTRUCTIVISTA

Por el contrario, la vertiente constructivista nos informa que la identidad no es algo estático, sólido o inalterable; no es algo heredado, sino algo que se construye. Entonces, es un proceso dinámico y en permanente transformación que exige un procesar y digerir los estímulos que se recogen de los procesos históricos en todas sus expresiones (políticas, económicas, sociales, culturales, etc.)


OTRO ASPECTO: IDENTIDAD EN LA RELIGIÓN

Permanecía no identificado ni tomado en cuenta, hasta que el año 2009, fue relevado por los actores culturales comunales ante la región. Corresponde a un patrimonio tangible inmueble, que se relaciona con el patrimonio intangible, me refiero a la Misión de Purulon y la Fiesta de San Sebastián.
La data de construcción de la primera rancha de la Misión, se remonta a 1874.

“Portal del Sur” consuma un nuevo error (última página) al establecer la fecha de levantamiento de la misión el año 1851, considerando que la fecha real, consta en la municipalidad por información resultante del ya citado proyecto del Fondo de Desarrollo Cultural GORE Los Ríos, 2010.


CONCLUSIÓN

La identidad cultural no puede ser “gestionada entre cuatro paredes” de la I. Municipalidad de Lanco, porque podría no responder a la objetividad, sino a intereses particulares (personales o político-partidistas) o errores de percepción o interpretación torcida de la realidad.

“Lo gestionable” son "POLÍTICAS Y PLANES CULTURALES" de manera que mediante estos instrumentos, se fortalezca la identidad cultural y la participación de los actores sociales en su construcción, recreación y reconocimiento. Esto es, generando condiciones para que todas y cada una de las personas interesadas, tengan la posibilidad de conocer la historia y el patrimonio cultural de nuestra comuna.

La idea apela al sentido común para evolucionar, definitivamente, de esta época de OSCURANTISMO y “CLOSED MIND” que, ha instrumentalizado políticamente la Cultura, a los gestores y organizaciones culturales. Pero debe ser una evolución sin engaños a la ciudadanía cultural local y a la región, presentando al Consejo Ciudadano de Cultura como gran referente de institucionalidad cultural, democrática y participativa.
Evolucionar sin demagogia y sin la mentira permanente, que se han hecho costumbres en la relación hacia los agentes, gestores y organizaciones culturales.
Evolucionar del sólo eventismo y eterna improvisación, hacia la planificación, coordinación, difusión, promoción, etc., acorde con políticas y planes conocidos por todos; sin imposiciones arbitrarias.
Evolucionar reafirmando los valores propios, evitando el excesivo fomento a la "CULTURA LIGHT" y la COPIA.
Una evolución con complicidad entre los actores/gestores culturales y la Administración, pero sin simuladas políticas de “la consulta” y sin tergiversaciones de la “participación ciudadana” que encubran la exclusión o la consolidación de un proceso de Hegemonía Cultural.

Esta hegemonía cultural, es una "amenaza a la identidad cultural de Lanco", presumiblemente promovida por el equipo editorial de Portal del Sur: alcalde Luis Cuvertino (PS), editor Marcelo Medina (PS) administrador municipal Hernán Carrillo (PS) encargada de cultura María Luisa Vargas (DC); y director del Consultorio de Malalhue Mauricio Martínez (PS). Peor aún, el periódico tiene el apoyo del concejo municipal (PS, UDI, RN, DC y pro PPD).
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Digo "amenaza", porque es una interpretación sesgada y errada de valores, percepciones y creencias, presuntamente con la intención de imponerlas como criterios de referencia para la sociedad lanquina. Lo grave es que a lo menos tres miembros del comité editorial, conocen y tienen documentación en las manos o a su alcance (alcalde, administrador municipal, encargada de cultura), sin embargo, se ha desconocido la Historia, los procesos histórico-sociales, al Pueblo Mapunche, fechas y otros aspectos patrimoniales. Además, se ha desconocido o dilatado el cumplimiento del PLADECO 2008, cuyos debates establecidos, podrían ser la herramienta para la determinación de elementos identitarios. Se re-confirma, entonces, la actuación como ente omnipotente y la "política municipal de exclusión" hacia los actores sociales en la identificación y valoración de elementos que, podrían constituirse en referentes de identidad.

La suma de antecedentes actuales e históricos en la "gestión cultural" municipal, refuerzan la urgencia en la comprensión de conceptos, como derechos humanos, democracia, participación ciudadana, cultura, identidad, gestión cultural, etc. Todo en el contexto de una relación regulada, con interacción simétrica: ciudadanía - poder político/administrativo. Es decir, que la municipalidad (alcalde/concejo) no se arrogue la total representación del progreso cultural y, reconozca que todas y cada una de las personas, pueden/deben participar, aportando al bien común y el progreso cultural. Me refiero más allá del discurso, los eslóganes y las imposiciones arbitrarias, es decir, escuchando a los actores sociales y actuando en concreto acorde a la Constitución y las leyes; con miras a profundizar la democracia y reconocer la participación ciudadana, la posibilidad de incidir, a fin de conectarse con la realidad, cometer menos errores y mejorar la gestión.
Por el contrario, la relación asimétrica del poder con la ciudadanía, podría tener efectos perniciosos para la sociedad, como se presume hasta la fecha: la excesiva dependencia, desigualdad, sometimiento, clientelismo, paternalismo asistencialista, no respeto de los derechos humanos ni a la autonomía de los grupos intermedios y, por cierto, la creación arbitraria de ficticias identidades culturales.
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Por otro lado, manifestar que en esencia, no estoy de acuerdo con el escritor peruano Mario Vargas Llosa, citado inicialmente, sin embargo, me parece que algunas de sus palabras, pueden ser un reflejo de la realidad que vive nuestra querida comuna de Lanco:

“Pretender imponer una identidad cultural sobre la gente equivale a encerrarlos en una prisión y negarles la más preciada de sus libertades—la de escoger qué, cómo, y quiénes quieren ser”.
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Ante esto, reitero lo que he repetido desde el año 2008:
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“La cultura es libre y nunca se debe subordinar a cualquier posición política que se adopte. Esto sería amordazarla, estrangularla y aniquilarla.”
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Finalmemente, creo que si nos esforzamos, lograremos superar esta condición de "deslenguados y bipolares" que nos caracteriza, con el solitario cahuineo de esquina respecto de la gestión municipal y sus recurrentes errores.
Para unirnos, debatir, consensuar y transformar a esta sociedad domesticada, hay que apelar al ordenamiento jurídico; a los derechos humanos; al bien común; a la probidad; al cumplimiento del PLADECO; a la creación de planes y políticas culturales; a la vergüenza por la denuncia y el escarnio público; apelar al rescate de la Ética política o a la fortaleza de los legados:
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"Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. "
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Julio Cabezas G.
Agente Cultural
Lanco – Región de Los Ríos

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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

- Parlamento de Coz Coz, 1907, Aurelio Díaz Meza
- Identidad Chilena, 2001, Jorge Larraín,
- La identidad cultural, uno de los detonantes del desarrollo territorial, Olga Lucía Molano
- The Culture of Liberty, Mario Vargas Llosa,Foreign Policy, February, 2000
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miércoles, 9 de febrero de 2011

Entierro del cacique Cathiji en Panguipulli - 1835

PRESENTACIÓN

El texto presentado a continuación es una traducción libre del original en francés, publicado en el “Bulletin de la Société de Géographie”, cuyo autor es la Société de Géographie (France), editado por Delagrave en el año 1844.

Es muy probable que nos encontremos ante el primer registro escrito de las costumbres y ceremonial mortuorio mapunche-wijiche del Pikun Wiji Mapu: el norte de los territorios del sur. El
espacio geográfico del Pikun Wiji Mapu, actualmente se ha determinado que se extiende de norte a sur desde el río Toltén (provincia de Cautín, Araucanía)hasta el río Pilmaiquen (frontera sur Región de Los Ríos) y, de este a oeste, de la Cordillera de los Andes a las orillas del Océano Pacífico. Otra versión extendería el límite sur hasta el Seno de Reloncaví.
El relato fue realizado en mayo de 1835 por el botánico y naturalista francés, Claudio Gay. El territorio es Guanegue (lugar de hualles), un sector de Panguipulli, hoy perteneciente a la Región de Los Ríos.

Es pertinente advertir que Claudio Gay, prejuiciosamente, hace énfasis en la ingestión de altas cantidades de alcohol por parte de los indígenas asistentes al funeral. Sin embargo, parece no comprender que se encuentra ante el uso tradicional de bebidas fermentadas, en un contexto social y ceremonial.


REPRODUCCIÓN

Se autoriza reproducción total o parcial sólo para fines culturales o educativos que no signifiquen el uso lucrativo de este trabajo, siempre y cuando no se modifique el texto y se cite:


CABEZAS García, Julio. Entierro del cacique Cathiji en Panguipulli - 1835 [en línea]. Traducción libre al castellano. (Lanco-Región de Los Ríos, Chile). Febrero 2011. Publicado en Ventana Cultural de Lanco, disponible en Web: http://culturalanco.blogspot.com/


SUCESOS EN EL ENTIERRO DEL CACIQUE CATHIJI EN LA ARAUCANÍA, POR CLAUDE GAY

Julio Cabezas G. Traducción libre al castellano
© Todos los derechos reservados



Entre las numerosas tribus indígenas que la valentía española llegó a dominar o dispersar en la parte meridional del Nuevo Mundo, no ha dado prueba de audacia mayor que el valor de los orgullosos y valientes araucanos.

Relegados en el extremo meridional de América del Sur, adosados en la vertiente occidental de la alta cordillera, y acosados por las instituciones y las fortalezas de los chilenos, estos intrépidos guerreros supieron hasta este día, hacer respetar su libertad, defender sus fronteras y conservar una independencia que ni la ingeniosa táctica de España ni su política de astucia y traición, jamás pudieron penetrar. Muy similares a las sociedades que el apasionamiento religioso hizo estacionarias, el contacto de los europeos sólo pudo actuar débilmente en el conjunto de sus costumbres, y la suave influencia de la civilización hasta hoy se mantuvo muda e inmóvil ante el prestigio del patriotismo y la fuerza de su voluntad.

Estimulado por estas lejanas regiones para ejecutar allí trabajos científicos, particularmente sostenido por la protección generosa e iluminada del gobierno chileno, he podido visitar repetidas veces estos lugares huraños, hasta internarme en las tribus más remotas, y estudiar hasta un cierto punto el carácter físico y moral de este pueblo de valientes.

El entierro del cacique Cathiji (¿Catrinir o Calfiñir?), que será el tema de esta lectura se efectuó en abril de 1835 en las hermosas llanuras del Guanegue ([1]), tiempo que fue murmullo en toda la Araucanía de la pomposa ceremonia que se haría a este famoso difunto. Debía, decíamos, dar una imagen bastante exacta de los no menos brillantes ceremoniales que se realizaban antes, cuando las disensiones domésticas provocadas por las guerras de la independencia chilena, todavía no habían traído la desolación y el hambre a esta hermosa comarca.

La tribu de Guanegue se encontraba en una posición bastante excepcional: ubicada a los pies de la gran Cordillera, rodeada de bosques impenetrables, y sólo teniendo estrechas sendas para llegar, entrecortadas de barrancos y de una fácil defensa. Los habitantes habían podido sustraerse a las devastaciones de estas disensiones, y conservar casi intactas a estas numerosas manadas de ganado que casi hacen la única riqueza del lugar, y tan necesarias en esta clase de circunstancias.

Deseando asistir a esta curiosa reunión, me embarqué en el mes de abril sobre el gran río de Valdivia, acompañado de tres criados, de algunos soldados y de un intérprete inteligente que el intendente (
[2]) había puesto a mi entera disposición. Remontamos el río hasta Arique, y de allí nos encaminamos hacia un bosque extremadamente espeso, de un acceso difícil y a menudo imposible. Una senda estrecha y sinuosa nos permitió cruzarlo, y nos condujo a los llanos de Guanegue, donde llegamos después de un viaje bastante penoso de cinco días.

La primera vivienda que visitamos fue la de Liguenpan (
[3]), hermano del cacique difunto. Sentado delante de la puerta y al lado de sus hijos y sus mujeres, ocupadas en hilar y tejer mantas, este digno anciano nos recibió con esa mirada severa que revelaba la altivez y el eterno menosprecio que tenía por los blancos.

Ayudado por el brazo de una muchacha, se levantó, y, muy encorvado, vino a nuestro encuentro, hasta una distancia establecida por la fuerza de la costumbre. Dio a cada uno de nosotros un saludo individual (
[4]) y entregándose a esta inspiración de elocuencia que les da tanto prestigio y es uno de los mayores méritos de estos indígenas, él arengó durante más de media hora sobre nuestra buena llegada, sobre nuestra salud, la de nuestros padres y amigos. Después de haber entrado en detalles más o menos ociosos, pasó la palabra a mi intérprete, cuyo discurso, siempre en un tono acompasado, no fue ni menos poco importante ni menos aburrido. Cumplido este deber, nos dirigimos donde el hijo del difunto, el famoso Puelpan ([5]).

Mi primera idea fue informar a mi intérprete que tomará suficientes precauciones para guardar, en la medida de lo posible, el recuerdo del triste suceso que justificaba nuestra visita. Pero en este país de costumbres simples y naturales, la muerte no es más que el paso de una vida de miseria a una vida de felicidad, por eso que ningún rastro de dolor vino perturbar nuestra compasiva y agradable recepción.

Puelpan, como el cacique principal de la tribu, naturalmente nos tenía que dar hospitalidad. Nos hizo preparar una pequeña choza, que, sin embargo rústica que era, para nosotros era muy agradable, ya que debía ponernos a cubierto del rocío y la lluvia. Pero antes de despedirse, nos hizo sentar en un largo banco, colocado delante de la puerta, y pronto se sirvió a cada uno de nosotros un gran plato de carne que se acababa de preparar a su manera.

Mientras comíamos, jóvenes llenas de malicia y vivacidad se paseaban delante de nosotros con un cántaro en la mano, apresurándose en llenar nuestros vasos tan pronto como los vaciábamos. La bebida que nos servían era el Pulco (
[6]), especie de bebida fermentada hecha con frutas del país, a veces a partir del maíz del cual los indígenas hacen gran uso. Puelpan se presentó de vez en cuando a tomar parte en esta modesta y salvaje comida. Su carácter flexible y jovial, había impreso en la reunión una alegría que contrastaba singularmente con el aire serio y sorprendido de algunos indígenas que, con espíritu de curiosidad se sintieron atraídos por esta ubicación.
Nos quedamos una parte de la tarde con nuestro generoso anfitrión, después, nos fuimos a instalar en la choza que se nos acababa de preparar.

Dos días más tarde, Puelpan me hizo informar que iría a la casa de su padre para empezar esta piadosa y tumultuosa ceremonia. Monté inmediatamente a caballo con las personas que me acompañaban, y a toda prisa nos fuimos donde el cacique, ya rodeado por un buen número de nobles gulmenes (
[7]) que iban a formar su cortejo. Su traje era tan singular como curioso: reposaba con los pies descalzos, dos mantas con colores variados y brillantes cubrían la parte superior e inferior del cuerpo; su rostro, horriblemente pintado y enmarcado por un pelo duro y grueso, fue coronado por un largo sombrero adornado de plumas, flores y otros objetos muy extrañamente trabajados. En los albores de la civilización, todo se amplifica, todo se exagera. Los gustos, en razón de que son simples y poco variados, toman en ciertos momentos un grado de extensión extraordinaria: nos llevan a ofender singularmente los límites de nuestra razón y nuestras costumbres. Este deseo caprichoso que se señalaba, más concretamente en la elección y el número de los ornamentos, necesariamente tuvo que ejercer en esta circunstancia una gran influencia sobre el espíritu de estos indígenas, y había ganado igualmente el de sus mujeres y de sus hijos, personas cuya edad parece alejarlos de cualquier idea reflexiva.

En el momento en que concertamos ir, se presentó otro grupo de Gulmenes, cúspides orgullosas de esta tranquila y laboriosa tribu. Habían llevado aún más lejos la pasión por el lujo, puesto que tenían pintados en diferentes colores a sus briosos caballos, y los tenían adornados con una infinidad de flores, y un collar de grandes cascabeles, lo que daba a la cabalgata un carácter tan ruidoso como variado. En medio de estos indígenas, así vestidos y armados de sus largas lanzas, fui hasta el lugar de la ceremonia. El ataúd colocado delante de la puerta era simple y rústicamente trabajado, consistía en dos canoas (
[8]) colocadas una encima de la otra, con el fin de cerrarse, y contenía el cadáver del infortunado Cathiji.

Al llegar, todos juntos y a galope, hicimos tres grandes carreras alrededor de la tumba, y tres al otro lado avivando espantosos aullidos. Era una señal de respeto para el difunto que repetimos dos veces por día, llegando en la mañana y tarde en la noche.
A continuación vinimos a situarnos alrededor del muerto para entonar “cuyuntucuns” (
[9]), tipo de discursos acompasados que dos interlocutores se dirigían recíprocamente. Tienen por objeto hacer resaltar las hermosas cualidades de la persona que fue objeto. Esto, como se ve, era una verdadera oración fúnebre de Cathiji que todas las personas, divididas por pequeños grupos, se dirigían mutuamente, y que, a través de una combinación de acciones y de gestos, se volvía extremadamente animada y pintoresca.

Grandes vasos de “pulco” que vertían las jóvenes indígenas, venían de vez en cuando a interrumpir esta escena de dolor, y permitían a los protagonistas, rendir homenaje a alguna divinidad arrojando al suelo una pequeña parte de esta bebida antes de beber; único indicio de demostración religiosa que pude observar durante los doce días que duró este entierro.

Mientras estos indígenas desahogaban su dolor en la vivacidad de sus discursos, el cacique se acercó al ataúd, teniendo a la mano una cuerda donde estaba atada una oveja negra. Declamó casi media hora con toda la exaltación de un hombre fuertemente agitado y después, arrancando el corazón del animal, lo presentó palpitante sobre el cadáver de su infortunado padre.

Una compasiva inquietud se dejaba entrever en su rostro entristecido y empapado de algunas lágrimas, palabras entrecortadas salían de su boca temblorosa, y nosotros, con el espíritu emocionado, tuvimos que responder a estos sentimientos de dolor con grandes brindis, que se sucedían con una espantosa rapidez. A pesar de la aversión que sentía por la bebida del país, me tuve que violentar y aceptarla; ya que un rechazo habría sido blasfemia para su dios, un desprecio para el difunto, y una falta de cortesía para la persona que me lo ofrecía, y que quizás nunca me lo había perdonado.
Además, sin ofender a las conveniencias, yo sólo pude probarlo, y después lanzar respetuosamente el resto sobre la tumba de Cathiji, o bien pasarlo a algunos de mis criados que tenía cuidado de hacer colocar siempre detrás de mí.

Cuando Puelpan había terminado con su penoso y doloroso deber, seis gulmenes de sus más cercanos parientes, fueron a reemplazarlo, cada uno con una oveja negra, y armados con largas lanzas que plantaron en los extremos de las canoas. Pronto renovaron estas mismas escenas declamatorias que acababa de ejecutar el protagonista de la fiesta. Hablaban todos a la vez y a medida que expresaban su dolor, podía ver sus rostros animarse, descomponerse, y tomar esa contracción muscular ocasionada por el primer efecto de la bebida. Uno de ellos, especialmente, el famoso Liguenpan, hacía fijarse en las ventajas que reunía para atraer e interesar a su numeroso auditorio. Dotado de un magnífico mantenimiento, aunque un poco encorvado con la edad, con un discurso fácil y una grave elocuencia, bien acompasada y agradablemente sostenida por un verdadero talento mímico, había reanudado todas las pasiones de su juventud, y por sus discursos referentes y conmovedores había impreso a la concurrencia una inclinación de tristeza y exaltación claramente manifestado por numerosos aullidos.


Fue él quien primero arrancó el corazón de su animal, y, empujado por un exceso de celo, y quizás de piedad, lo elevó a su boca, y asperjó el aire y el cadáver con la sangre aún caliente de su víctima inocente. Los gulmenes presentes ante la canoa, siguieron en todo punto su ejemplo, que se propagó con una igual crueldad en toda la asamblea, inflamada también de probar sus pesares con numerosos sacrificios. En menos de dos horas, más de cuarenta animales fueron sacrificados en honor de Cathiji, y sus corazones suspendidos en sus lanzas acusaban con una feroz verdad al prejuzgado indígena de este pueblo.



Ya había transcurrido bastante tiempo que duraba esta escena de horror y de matanza, cuando Puelpan me hizo acercarme al ataúd y comenzó a cantar los halagos a los méritos de Cathiji, sus virtudes nobles, expresando la felicidad que sentía de verme en medio de ellos. Su lenguaje, en principio suave y afectuoso, se volvió cada vez más grave y serio, y, acabó por tomar ese entusiasmo que el consumo excesivo de la bebida, ponía si no peligroso, al menos inoportuno y fatigoso. Es entonces que, presentándome uno de los dos corderos que mantenía atados a una cuerda, dijo con un tono imperioso, que le arrancara el corazón para ofrecer la sangre a su padre.

A pesar de mi voluntad bien calculada de someterme a todas las exigencias de estos indígenas, yo no podía defenderme con un gesto de repugnancia y, sin explicar el motivo de mi desconcierto, pretendí hacerle comprender mi incapacidad, mi falta de experiencia y el temor de no poder conseguirlo. Esta excusa muy natural, tuvo muy poco éxito. Hizo venir uno de sus mocetones y lo encargó de esta operación sin duda penosa, pero sus supersticiones y sus costumbres salvajes se volvían naturales y agradables: por eso en menos de dos minutos tenía en mi mano este órgano todavía caliente y palpitante. El cacique tenía también el suyo, y, colocados delante del cadáver que nos separaba a uno del otro, empezamos a intercambiar, con la ayuda de mi intérprete, una serie de diálogos cortos de aflicción que venían a animar los numerosos brindis que acompañan estos tipos de ceremonias.


Tristes, y sin embargo agitados, derramábamos sobre el cadáver la sangre de nuestras víctimas, entonces, se ve en la distancia una gran nube de polvo que nos anunció la llegada de alguna tribu. Era el cacique de Allipen con gulmenes, conas o soldados.
Nos apresuramos a acudir de inmediato a su encuentro, y aunque fueron detenidos a poca distancia a escucharse unos a otros los elogios de bienvenida, los conas desmontaron y se acercaron a la tumba, danzando, empuñando sus lanzas con terribles aullidos. Sobre la tumba se habían colocado rápidamente una gran cantidad de cántaros llenos de bebida, de las cuales se apoderaron los conas, y después de haberlas llevado cerca de sus caballos y de una nueva ceremonia militar, en seguida bebieron la bebida y llevaron los cántaros de vuelta a donde los habían sacado.

Esta tribu no había terminado todavía las carreras de costumbre, cuando una segunda tribu, después una tercera, compuestas cada una de más de cincuenta personas, se presentaron en esta reunión, singularmente agitada por el gran número de llegadas. Puelpan pronto expresó que el recinto no era lo suficientemente grande para contener tanta gente y pensando que un llano vecino sería mucho más conveniente, se decidió a hacer llevar las canoas. Fueron los gulmenes más respetables por su posición, que se encargaron de esta pesada carga. Por deferencia a mi anfitrión, yo mismo, no pude evitar asociarme generosamente a sus esfuerzos, mientras, otros gulmenes y conas, en número de más de mil quinientos, seguían a caballo el cortejo dando gritos que se iban a confundir con las lamentaciones de una tropa de mujeres encargadas de llorar. Pronto llegamos a una hermosa llanura en el medio de la cual se depositó el monumento funerario de esta celebración.

Nunca se ha dibujado el paisaje con más lujo y más efecto: en la parte baja se veía un espléndido lago, bordeado de árboles extremadamente tupidos y sembrado de islas, cubiertas de vegetación tropical, y a continuación la inmensa cordillera con rocas muy accidentadas, superadas por cumbres más o menos agudas y cubiertas con sus abrigos de invierno. El volcán Villarrica dominaba todas estas cumbres, como un gigante en medio de pigmeos, y fortalecía el cuadro con los espesos humos que salían constantemente de su cráter. Pero lo que lo animaba todavía más, era esta singular variedad de divertimentos al cual se entregaba por mucho tiempo la población entera, tomando bebida. Montados siempre sobre sus briosos caballos, se dejaban dominar en la adicción, los unos ocupados en declamar con una inspiración cada vez mayor, los otros en hacer ejecutar bailes vuelcos y saltos con sus caballos admirablemente bien adiestrados; acciones que tienen tanto encanto sobre el espíritu de estos naturales.
Hacia las cinco, la ceremonia se terminó con grandes carreras hechas en honor del difunto, y en las cuales participaron todos los indígenas, sin distinción de edad, de clase, ni de condición.

Al día siguiente, como de costumbre, almorzamos con el cacique, y luego fuimos al Curu-cahuín ([10]) o lugar de reunión. Casi todos los invitados ya estaban allí, ocupados en sacrificar animales domésticos en honor del muerto, o para continuar este tipo de volteos, extraordinariamente apreciados entre ellos.
Más de cincuenta mujeres sentadas por el suelo y en torno a la tumba, originaron grandes gemidos a nuestra llegada, y los continuaron hasta después de haber terminado nuestras seis carreras de rigor. Desde la víspera, el número de indígenas había aumentado considerablemente, y de vez en cuando, llegaban otros grupos que venían a imprimir un nuevo movimiento a esta ruidosa ceremonia.

Después de algunos brindis expresados en honor del difunto, me fui a sentar sobre un banco donde la vista se extendía sobre toda esta escena de duelo. De pronto los caciques me vinieron a buscar, los unos para darme simples testimonios de estima y amistad, los otros a entregar algunos regalos, que consistieron en fruta, carne cocida, y mucha bebida del país que tanto apetecen, uno de ellos me presentó incluso una ternera joven para ser sacrificada. Aunque un poco más acostumbrado a estas sanguinarias ceremonias, mi repugnancia era siempre la misma, y fue con igual ansiedad que me acerqué por segunda vez a la canoa.

La mirada de mis indígenas no era ni menos grave ni menos animada que la de Liguenpan, y su declamación noble y apasionada proporcionaba una fuerza muy particular a su salvaje elocuencia, y daba a sus palabras de amistad un espíritu de convicción que me hubiera conducido fácilmente si yo no hubiera sido detenido por antecedentes contrarios. Mi intérprete, situado junto a mí, respondía con extraordinaria locuacidad a los elogios que me prodigaba mi orador político. Pero su voz se ahogó pronto por las terribles hurras de una tropa de recién llegados, que vinieron bailar a nuestro alrededor y de la tumba.

En este momento no pude evitar hacer reflexiones bien tristes sobre todo lo que me rodeaba: los gritos, o más bien el grito de estos bailarines a la figura horrorosamente pintada y escondida en parte por su larga y espesa cabellera, a la vista de tanta sangre derramada en las canoas, y todos los corazones ensartados en las lanzas, los clamores más o menos continuos de las lloronas, los brazos y a veces la cara ensangrentada de todos estos indígenas arrebatados de bebida, el berrido terrible de las víctimas que nunca dejaron de sacrificarse, por fin el cuadro de esta ceremonia que caía hasta el cinismo de la orgía. Todo aquello había afectado mi imaginación de temor y de horror, y me hacía contemplar con una sorda inquietud un espectáculo donde la embriaguez podría hacer que los protagonistas olvidaran su hermosa virtud hospitalaria, y recordarles este odio instintivo que tienen contra los blancos.

Los demás días se utilizaron en otras diversiones, que ellos en su entusiasmo, sabían variar al infinito, pero, en general, eran los ejercicios a caballo que de preferencia les preocupaban. Se entregan con todo el entusiasmo de una pasión sin límites, a veces en pequeños grupos, a veces en masa, y luego simulando ataques, batallas, y ejecutando con ardor guerrero las evoluciones más extrañas y difíciles. Es así como, en un retiro simulado, he visto a todos estos sorprendentes jinetes, aún en el entusiasmo de su carrera, inclinarse de manera casi instantánea bajo el vientre de sus caballos, y no presentar más que una pequeña parte de una pierna sobre su silla de montar. Otras veces, ellos salvaban saltando grandes y profundos fosos, o paredes lo suficientemente anchas y elevadas, y en este sentido eran pruebas de fuerza y técnica, más extraordinarias todavía, que, bajo la influencia de su bebida tomada en exceso, no podían actuar ni con prudencia ni con juicio.

Después de estos ejercicios, que se repetían con bastante frecuencia, todos estos indígenas venían para reunirse alrededor de la tumba, y recomenzaban sus “cuyuntucuns” con su vehemencia acostumbrada, cantando y bebiendo copiosamente de estos grandes cántaros de pulco que sus esposas o hijas, siempre al lado de ellos nunca dejaron de verterlos.

Hacía ya doce días que el Curu-Cahuin duraba con todos los caprichos de una esbozada civilización, cuando uno se decidió a ir a enterrar el cadáver. Fueron otra vez los caciques y gulmenes más distinguidos que fueron cargados y honrados con este deber, y en su marcha orgullosa y arrogante, fueron seguidos por toda la muchedumbre, al ruido de sus trutrucas y otros instrumentos más o menos discordantes.

Situado en la altura de una colina, yo contemplaba con inquieta curiosidad esta escena de alegría y melancolía, cuando un cacique vino buscarme para participar en esta procesión, que el ardor de los caballos, el desorden de las filas y la embriaguez de los conas no dejaban sin peligros. No podía escapar de esta invitación, y pronto me encontré confundido en el revoltijo en medio de todos estos indígenas tan extrañamente vestidos y tan fuertemente agitados a consecuencia de tantos ejercicios y tantas bebidas. Su mirada severa e imprimida de esta audacia salvaje, resultado de una vida ruda y turbulenta, daban a su fisonomía una expresión de pavor que venían para aumentar sus gritos lúgubres y casi continuos. Al llegar al eltun o cementerio, colocamos la canoa en medio de un gran círculo circunscrito por la muchedumbre, los padres del difunto se bajaron de sus caballos, y vinieron para tomar sitio cerca de la canoa, que pronto fue rodeada por tres “duguls” (
[11]) o adivinos cubiertos con grandes mantas rojas.

En ese momento, toda esta entusiasta población estaba bajo el imperio más serio, mirando con un recogimiento casi religioso la tumba de Cathiji, quién iba a desaparecer para siempre bajo un montón de tierra. Este recogimiento, en medio del silencio más profundo y en un pueblo tan salvaje, tenía algo de conmovedor y de misterioso, parecía sugerir un movimiento del alma hacia el pensamiento religioso, y contradecía sorprendentemente la especie de indiferencia que habían señalado, en este sentido, durante toda la ceremonia de Curu-cahuín. Los adivinos murmuraron en voz baja las palabras sin duda mágicas, después entonaron un canto cadencioso de dolor que ellos se dirigían mutuamente, por lo que dio lugar a una verdadera trilogía, singularmente animada por la exaltación de sus gestos y la vehemencia de sus discursos.

Una última víctima fue sacrificada sobre la tumba, y después de haber depositado su corazón, carnes cocidas y algunos cántaros de bebida, la cubrimos de una gran canoa, y cada uno de ellos llegó a lanzar una pequeña cantidad de tierra para formar un túmulo en casi todo similar a los que los antiguos realizaban sobre sus sepulcros.

Tal fue esta ceremonia de duelo y de llantos, y que el espíritu salvaje de los araucanos y su convicción para el principio de una estancia más feliz, han convertido en diversiones dándole el carácter de una gran celebración, casi la única que está concebida libremente entre ellos.

NOTAS

Fotografía 1: Gay, Claudio, 1800-1873. Entierro del cacique Cathiji en Guanegue, mayo 1835. Atlas de la historia física y política de Chile / por Claudio Gay. París : En la Impr. de E. Thunot, 1854. 2 v. Biblioteca Nacional de Chile.
Fotografía 2: Detalle de la anterior.

[1] Guanegue, Huanchue: El rio Huanchue nace en el lago Calafquen y desemboca en el lago Panguipulli. El autor de la traducción cree que el funeral se realizó en un área aledaña al Lago Calafquen y no en el Lago Panguipulli. La hipótesis se sustenta en las mismas palabras de Claudio Gay: “espléndido lago… sembrado de islas”, considerando que Calafquén, se caracteriza por sus 7 islas. Además la vista del volcán Villarrica que “dominaba todas estas cumbres, como un gigante en medio de pigmeos, y animaba el cuadro por los espesos humos que salían constantemente de su cráter”.

[2] Isaac Thompson y Cárdenas, Intendente de Valdivia (febrero 1835 - noviembre 1837).

[3] Liguenpan, Liwenpan: Puma del amanecer.

[4] Pentukun: Acto posterior al saludo en donde se pregunta acerca del estado de la persona, su familia, comunidad entre otros, es decir, en cada encuentro que se da entre las personas, existe un momento para preguntarse por su estado de salud. En este sentido el pentukun pasa a ser una autoevaluación constante de las personas acerca de si mismos, de su familia y de su entorno. En Jaime Ibacache Burgos, Francisco Chureo, Sara McFall, José Quidel Lincoleo, documento “Promoción de la Medicina y Terapias Indígenas en la Atención Primaria de Salud: El Caso de los Mapuche de Makewe‑Pelale de Chile”, Washington, D.C. 2001.

[5] Pwelpan: Puma cordillerano

[6] Claudio Gay, nos informa que, entre los Mapuche del siglo XIX, la chicha de manzana se llamaba manchana pulco; la de cebada, cagüella pulco, la de piñones, chavid; y la de wigam, huingan pulco. Según este autor, pulco es el nombre genérico de todas las bebidas, desde el vino hasta la chicha (Gay 1998a [1838-1839]: 33).

[7] Mapuche noble, rico, culto (Moesbash)

[8] Wampo, "canoa", pero también "ataúd". Antiguamente los mapuche enterraban a sus muertos en una canoa, ya que pensaban que el país de los muertos se situaba al otro lado de las aguas.

[9] Cuyuntucun: Asi llaman al estilo sublime y cadente de que usan los oradores en todas sus juntas, ya se trate de paz, ya de guerra, ya de regocijos.

[10] El curucahuín es la junta o ceremonia. Curu: negro, oscuro – Cawiñ: fiesta.

[11] Dunguls, dunguve: adivino mapuche.
Un autor del siglo XVIII noticia que en las indagaciones de robos, pérdidas o fuga de la mujer, se presentaba al dunguve el interesado y, pagándole anticipadamente, lo imponía de las circunstancias del hecho (Tomás Guevara, El pueblo mapuche).

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