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A partir de una fotografía personal y retazos de la memoria, se reconstruye instantes e
impresiones de una época. El pasado etéreo, vuelve y se materializa en muchas esquinas de calles, sin embargo, lo
complejo es cuando esas esquinas de la memoria, se complementan y convergen con el presente.
Esquinas de la Memoria
(sin editar)
por Julio Cabezas García
Desde todas las
esquinas de la infancia,
surgen tenues reflejos. Es un lapso donde la realidad se mezcla de
fantasías y el tiempo es infinito, o una resplandeciente estrella fugaz.
Es el recuerdo de un barrio social,
económica, política y arquitectónicamente promiscuo; con aroma a cardenales y
magnolias; mezclado con el vaho añejo de los hogares.
Antiguas casas de madera, escondidas bajo tupidas
enredaderas; altas fachadas de dos pisos, con ladrillos sin estucar; palacetes de
blancas columnas y mansiones con extraordinarios jardines; casonas plagadas de ratones
y murciélagos. Edificaciones que albergaban a ancianos empobrecidos, adultos de
clase media empingorotada y ricos discretos; con las pertinentes ecuaciones
transversales.
Un sector de Providencia, donde los adoquines de la calle,
sólo eran perturbados por los choques múltiples y el trote metálico de los caballos.
En este paisaje urbano, hervían matices políticos
heterogéneos, pero esta fauna humana, era menos evidente para las mentes en
desarrollo. Solo el recuerdo del arrollador bullicio de las cacerolas, aparece como una profecía
en los ecos nocturnos de un tambor siniestro.
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Años antes, había entrado al mundo en una
época de convulsiones sociales, pero aún no existía ninguna voz, que hiciera
pensar en los sigilosos pasos del terror.
Así, en un ambiente de dogmas y acciones que se radicalizaban y deterioraban
la paz social, comencé a fusionarme con los días calenturientos que se vivían
en el país: golpes de estado fallidos, colas, lacrimógenas, bombazos, muchos
billetes y poca mercadería; mercado negro, chancho chino, paros, cacerolazos y
discursos incendiarios...
Todos querían el poder: unos imponerse con
demagogia, otros con populismo, aquellos por complots y otros por las armas. “Momios” y “upelientos”, sudaban tanta soberbia
e intransigencia que, se injuriaban por diarios, radios y televisión; se apaleaban, apedreaban
y tiroteaban. Unos y otros, abrían sus
piernas al intervencionismo extranjero.
Y se generó un verdadero caldo de cultivo
para reafirmar la conspiración, incubada en la Armada , Patria y Libertad, la CIA y
el presidente de Estados Unidos; incluso antes de asumir Allende.
En este ambiente de razonamientos y hechos
virulentos, los cabros chicos del barrio, coexistíamos como una raza aparte. Indiferentes y con nuestra propia escala de
valores: rompíamos las reglas clasistas, prejuicios y fronteras que existían
entre adultos.
Ajenos y sin entender lo que sucedía en el
país, nos entreteníamos formando “patotas” para explorar el territorio comunal. Era una época de amigos, pendencias,
fechorías, complicidades, secretos, pactos de honor y muchas trasgresiones. También de alguna mínima aflicción, olvidada con cada nuevo juego: “bolitas”, “monitos”, “trompo”, “volantín”,
“pacos y ladrones”, “pichangas” o las “fugaces incursiones sexuales” con las
mocosas amigas.
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El golpe militar, quebrantó la institucionalidad
democrática. El barrio, no obstante, conservó
el estoicismo, compartiendo en las horas sin Toque de Queda, la apolítica
circunspección del saludo. Invariables, también,
se mantuvieron los conflictos intestinos, permitiendo la interrelación del
vecindario que, elevaba sus rosarios ante los frecuentes escándalos
sentimentales de las “colizas de la esquina”, los marihuaneros de la otra cuadra, o acusando
a los chiquillos “rompe vidrios”; o cuanta copucha sobre hechos que perturbaran
la identidad del barrio “medio pelo”.
Un año después, la fingida apatía ante el
nuevo orden impuesto, en lo económico, político, social, cultural y psicológico,
fue turbada en la proximidad de Fiestas Patrias. El 14 de septiembre, fue detenido (y
desaparecido) Bernardo De Castro, un respetado vecino que realizaba trabajos a
máquina y de imprenta. Precisamente
por esas labores lo conocí y a su familia.
Estuve unas tres o cuatro veces en su casa de Francisco Bilbao 1236, quedándome
con la imagen de un hombre alto, delgado, gruesos bigotes negros, y poseedor de
una conversación que encantaba a sus interlocutores.
Ese mismo mes, comencé a participar
–involuntariamente– en tertulias de adultos, organizadas entre seis amigos,
cuyos domicilios tenían como eje la Av. Francisco Bilbao. Quincenal o mensualmente,
los domicilios se turnaban, desde las inmediaciones de Av. Italia, subiendo
hacia Miguel Claro y hasta José Tomás Rider.
Uno de esos días, entre el alboroto de
todas las progenies, el cuchicheo de las mujeres y al fragor etílico de los oradores,
se escuchó una acalorada atribución de responsabilidad al régimen militar por
la desaparición del vecino Bernardo De Castro. El silencio fue instantáneo. La dueña de casa abrió la mampara y se asomó
a explorar la calle. Nadie. Ya más serenos, comentaron que “se lo llevaron por propaganda”.
La sospecha sobre el régimen, se repitió unos días después
del 30 de septiembre de 1974, fecha en que asesinaron al general Carlos
Prats en Argentina. Recuerdo una sola pregunta
¿a quién le conviene más su muerte, a las Fuerzas Armadas o a la UP ?
Un mes más tarde, el 04 de noviembre, un
nuevo hecho remueve los cimientos del barrio y las tertulias de los amigos: un
enigmático personaje, al que conocíamos como “El Turco”, corrió la voz que en
la madrugada, arrojaron un cuerpo a la Embajada de Italia. Fue así, como al volver de la
escuela, aquel día lunes, percibí inquietud en mi “barrio de viejos”. Los saludos del vecindario, sólo fueron una
mueca rápida flanqueada por un “váyase
rápido a su casa”. Inmediatamente,
recordé aquel nuboso martes del pasado
año, día que las tanquetas, enfilaron temprano hacia el centro. Desde ese día 11,
se escuchó el tableteo nocturno de las ametralladoras, disparos aislados que,
incrementaron la sensación de inseguridad personal. En la línea de tiempo, creo
que desde ese momento, nació la desconfianza y el miedo en las miradas de los adultos. Eso
lo veo hoy, porque la psicología no existía como área de interés en mis
raciocinios infantiles: sólo pensaba que después de almuerzo, debía trabajar.
El trabajo, esa tiránica exigencia
paterna, consistía en “la copia diaria”, un plagio literario desde un
periódico, revista o libro, con el fin de mejorar mi ortografía y
caligrafía. Una vez cumplida la
obligación, ganaba el permiso para salir a corretear con mis amistades del
vecindario.
Sólo se me permitía dos actos de rebeldía
momentánea: distraerme con el diccionario o la columna de humor gráfico, en los únicos diarios autorizados por el Régimen y comprados siempre en domingo.
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Nunca entendí el humor de aquella época y
me veía en la necesidad de preguntar, aunque en realidad, era una excusa para
reír con las explicaciones fantásticas que me improvisaban. Pero, ese día jueves
7 de noviembre, el encubrimiento de lo divulgado desde el lunes por “El Turco”,
fue muy similar al film dirigido por Roberto Benigni, “La vida es bella”;
aunque desprovisto de todo tono lúdico. Luego,
las instrucciones fueron precisas: “no te acerques
a la Embajada
de Italia”.
La nueva advertencia, abultó la rigurosa
lista de recomendaciones: "no converse con extraños", "que no le
tomen fotos", “no abra la puerta si está solo”, "no cuente a nadie lo
que se habla en la casa".
Excepcionalmente, se compró El Mercurio un jueves. La razón era una situación caricaturizada por el dibujante Renzo Pecchenino (Lukas): el homicidio de Lumi Videla. Con un humor despreciable, se titulaba como “Circo
Internacional” el comic que mostraba un cañón, arrojando un cuerpo a la
embajada. La leyenda decía: “El
fantástico número del proyectil humano disparado sobre los muros de una
embajada”.
Antes del golpe, Lumi Videla, conoció a un agente del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea. Éste agente, habría
realizado algunas revelaciones confidenciales, que fueron traspasadas al MIR
por Lumi, y de ahí al servicio secreto cubano.
Este hecho, fue revelado mientras la torturaban los agentes de la DINA -la policía política y secreta-, quienes,
en represalia incrementaron el suplicio. Se les pasó la mano y la asesinaron. Al momento de lanzar el cuerpo, se encontraban asilados en la embajada (la
única abierta en Chile), una cuñada del jefe del MIR Andrés Pascal y Humberto Sotomayor, ex dirigente.
Entonces, el mensaje tácito de la DINA , iba dirigido a tres objetivos:
“atemorizar a la población”, “incentivar a los diplomáticos al cierre de la
embajada” y “miristas, esto es lo que les espera”.
Lumi Videla no estaba asilada allí, sino secuestrada en el "Cuartel Ollagüe", centro de detención y tortura de la DINA; ubicado mil metros más al Sur, en calle José Domingo Cañas.
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Desde el año 1972, la casa de dos
pisos en Francisco Bilbao Nº 1076, era el punto de partida hacia
un territorio de dos kilómetros a la redonda: por el este Av. Pedro de Valdivia,
al sur Av. Grecia, oeste Vicuña Mackenna y, por el norte el cerro San Cristóbal.
Esta amplia zona, incluía donde encontrar a los malos jugadores de trompo y
bolitas; árboles frutales; plazas; piletas donde pescar con alfileres;
calles para la pichanga y ventanales
para apedrear. También, conocíamos los
quioscos de diarios bajo los cuales encontrar monedas de diez y veinte céntimos
de Escudo, para comprar cigarrillos Monza o Liberty: los fumábamos
en la casa abandonada de José Tomás Rider esquina Bilbao.
El año ’74, el Escudo cambió a Peso, desaparecieron los Monza con el rostro del Che en la rueda del auto y “el vicio”, evolucionó hacia los “monitos”
del álbum Flora y Fauna o del mundial de fútbol.
El “mapa socio-territorial”, incluía la Embajada de Italia, ubicada
cien metros más al sur de mi domicilio. La
sede en calle Miguel Claro Nº 1369, mostraba, parcialmente, a través del verde
oscuro portón de fierro, un palacete blanco de tres pisos, atrayendo mi
atención una loba que amamantaba dos niños. Antes de la desaparición de esta escultura
en bronce, me narraron la mitología de la Loba Luperca y los
gemelos que amamantó: Rómulo y Remo. Otro atrayente
misterio, era el parque inaccesible por los altos y gruesos muros, mostrando
mezquinamente su follaje. Pero, la curiosidad infantil no tiene barreras, más
aún cuando escuchábamos las conversaciones y recomendaciones de los adultos: “hay
gente del MIR asilada”... “fueron los escuadrones del régimen” ... “no se
acerque a....”
¡Y lo hicimos! Lanzamos una pelota plástica a la Embajada.
Cinco amigos, escalamos el pilar de
ladrillos y saltamos al otro lado.
Caímos en un pastizal seco y largo, como aplastado por innumerables
pisadas. Explorando hacia la
edificación, se erguían arbustos de troncos retorcidos y frondosos árboles que,
daban una sombra agradable a los asientos.
Pronto, invadidos por el miedo, regresamos por dentro hacia la esquina de Elena
Blanco con Román Díaz. Nada más nos
atrajo, salvo una torreta de guardia a cuyo costado y adosado al muro, se
encontraba un entablado muy similar a los montados en los pinos que colindaban
con Av. Pocuro; en la Plaza
Inés de Suárez. Al Toque de Queda, allí se parapetaban los “pelados” y apuntaban sus fusiles
de asalto y ametralladoras a todo lo que se movía.
Tendidos de guata, asomamos nuestras
cabezas hacia la calle, especulando si la gente del MIR o los escuadrones del
régimen, habrían construido esa tablazón. Nunca lo supimos.
Hoy vienen a mi memoria los tableteos nocturnos,
o aquella vez que, una mujer corría y gritaba, ensangrentada por calle
Bilbao. Pero en ese entonces, no
teníamos capacidad para relacionar hechos, no sabíamos de miristas ni
escuadrones del régimen; sólo importaba que la embajada era un nuevo territorio
conquistado para nuestras aventuras, tal como la casas abandonadas, las plazas
y parques. Sin embargo, ya “saciado el capricho”, se
perdió el encanto y nunca más volvimos.
Esta incursión en la sede diplomática,
quedó guardada bajo “pacto de sangre”. Todos
cumplimos porque, no existió un escarmiento colectivo a la patota, como cuando
uno relató a su padre las pedradas que lanzábamos a vidrios de casas: “tenían muchos”.
Ya residiendo en Lanco, me enteré que Lumi
Videla y Bernardo De Castro,
formaron parte de la lista de persecución, tortura, desaparición y
exterminio de la DINA. El organismo era dirigido
por Manuel Contreras Valdebenito, “El Mamo”.
Dice la prensa que vivía en Pocuro con Antonio Varas, sin embargo, creo más acertado en Bilbao con Antonio Varas, frente a
un Servicentro Shell y al oeste de la población militar que, tenía como centro la
plaza Inés de Suárez. Ahí, asomábamos la cabeza, en esa
hermética residencia de muros crema, y rejas reforzadas con latas café ¿o planchas de fierro? Huíamos a toda carrera,
después de realizar morisquetas a unos hombres con boinas negras, ajustados sweters del mismo color; gafas oscuras; pantalones ocres y elasticados a la bota. Siempre estaban armados con metralletas, pistolas y corvos.
En aquella época nunca tuve conocimiento que en el barrio, a trescientos metros de mi hogar, vivía el director de
No se, creo que a todos nos salvó la férrea
amistad de los adultos y las exitosas evasiones nocturnas de los controles en Toque de Queda.
Pero, otros no todos tuvieron este mismo destino.
Desconozco las historias particulares,
sólo recuerdo que en el barrio se preguntaba, discretamente, por las misteriosas y repentinas desapariciones. Nunca más vi al “amigo grande” de la casa estilo alemán, en Alférez Real con Miguel Claro. Él me tomó la fotografía ese año 1974, este
documento que hoy sirve de portada e incentivó a recordar, investigar y escribir
este relato.
Tampoco volví a ver a su vecino que,
cazaba palomas a escopetazos y las regalaba a las ancianas indigentes para sus cazuelas. Desaparecieron mis amigos hippies de calle Cano y Aponte con Román Díaz que,
escandalizaban a todo el barrio con su olor a cannabis. Tampoco volví a ver al italiano, Don Enrique, con su hijo homónimo
que, distribuían en triciclo los abarrotes; desde su emporio en Bilbao con
Miguel Claro. ¿Y qué fue del afilador de cuchillos y el organillero?
Así, desaparecieron o emigraron tantos y
tantas, cuyas ausencias repentinas, dejaron un vacío en el barrio.
En Chile, se estableció la DINA bajo la autoridad del
general Augusto Pinochet y, tuvo como efectos la represión, persecución, tortura, relegación,
exilio, desaparición y ejecución de chilenos, chilenas y extranjeros. Una de las justificaciones, es la supuesta guerra
civil que existió entre 1973 y 1977. Yo,
sólo creo en “un clima” antes del 11-S del ’73 y posteriormente, escaramuzas de
guerrilla, como respuesta de quienes estaban siendo exterminados por el régimen.
La guerra civil, la guerra del Estado contra el Marxismo, son construcciones paranoicas
para justificar las aberraciones y la impunidad en el período más oscuro de
nuestra Historia nacional.
Hoy, recuerdo las espeluznantes
declaraciones del “Guatón Romo” o las justificaciones del “Mamo Contreras” y me
pregunto ¿cuántos más?
¿Cuántos más se sienten orgullosos de la DINA , organismo asimilable a la SS , Shutzstaffel, policía militarizada de exterminio bajo la
autoridad de Hitler?
Pudo evitarse los chilenos torturando a chilenos, asesinando a chilenos y desapareciendo a chilenos, y con ello, las tardías
peticiones de perdón o las recurrentes soberbias que se vivifican por estos
días.
Pudo evitarse... incluso este relato.
Julio Cabezas García
Lanco – Región de Los Ríos
BIBLIOGRAFÍA:
- Emilio
Barbarani, “Chi ha ucciso Lumi Videla”, ed. Mursia, Milán, 2012
- El mercurio, jueves 7 noviembre 1974
- Resoluciones judiciales.
- Resoluciones judiciales.