lunes, 1 de julio de 2013

Reflejos de un incendio




Las alegres estridulaciones del grillo se desvanecen, amordazadas por el ulular de las sirenas.
Un coro de quiltros eleva su aullido melancólico a la noche, descorriendo esa máscara de pueblo tranquilo.
Decenas de corazones se contraen palpitantes, reafirmando el temor de vigilia en una calle inundada de pasos rápidos y voces altisonantes: 

– ¡Fuego!  ¡Fuego! ¡Fuego! 

El roído cañón del calefactor a leña, ha liberado el incendio prisionero en una chispa, propagando el fuego por el entretecho a lo largo de las vigas. La vivienda es un volcán que se estremece y ruge, escupiendo una nube de humo negro que repta, como culebra herida hacia la oscura guarida del cielo.

El acontecimiento público –impúdica vitrina de políticos– atrae a la morbosa muchedumbre: se aglutina extática, averigua, comenta, repite lo que otros dicen, fotografía con celulares y obstaculiza para presenciar el siniestro. Retiene el aliento con esperanzas y temores ocultos. 
Otros, se vuelcan a la calle y socorren con sincera nobleza, acogen damnificados,  trasladan mobiliario o transportan electrodomésticos. Pero, en la vertiginosa confusión, florece la sagacidad del ratero, escabulléndose con un indigno trofeo del infortunio ajeno.
...
Con balizas y carros, emerge imponente Bomberos, aquel gigante iridiscente vestido de rojo, amarillo o negro. Surgen órdenes para las maniobras de socorro: carretes y mangueras, ruedan por el pavimento, se acoplan pitones, artefactos de respiración, y en ventanales tiznados de llamas, se posan las escalas.

La sudoración bajo el traje no empapa el valor al Hombre del Fuego, el brazo se fortalece en la protección de la vida y bienes del prójimo.  Su gancho arranca latas, tablas, canaletas, y con el hacha, abre camino por ventanas, derriba tabiques o puertas.
Las burbujas de pintura oleosa, inflaman las paredes cercanas, fragmentos ardientes caen a su alrededor y, los gases tóxicos irradian su cálido aliento mortal. Se asfixia la atmósfera: cianuro de hidrógeno, amoníaco, monóxido de carbono, benceno, ácido sulfhídrico…  
Agotado por el calor y con la cabeza hundida en el humo, busca algún cuerpo entre lenguas de fuego hostil.

Afuera... el grito de una madre, congela y desgarra el alma, atravesando los pechos, con una punzada de miedo:

–  ¡Mi hija! ¡Mi hija!

Entre los oscuros vapores emanados por los boquetes del techo, destaca la figura intrépida del Bombero (una chiquilla se aferra a su cuello).  La voz interna del dolor colectivo, se acalla, y la multitud encanecida por un diluvio de cenizas, exhala el aliento contenido entre sus labios temblorosos.
...
Ruinas humeantes se amontonan en la vereda, junto a las pertenencias inutilizadas por el agua. Muy pronto, el viento, se llevará este olor a tibia humedad. 
Mañana, la familia, con los sueños materiales fragmentados, resurgirá fortalecida desde los mismos escombros del hogar.
 ...
Ahora, el silencio camina con pies de terciopelo por las calles  en penumbra, y los espíritus en paz, sintonizan con aquellas voces sedantes de la Naturaleza.  Croan los sapos barítonos en el Estero Pelleco y, en la intimidad de las habitaciones, el grillo negro de la pared, acuna a su insomne auditorio.
Los pausados golpeteos en el techo, avisan el inicio de la lluvia...


Texto y Fotografía: Julio Cabezas G. 2010 © Todos los derechos reservados
LANCO, Región de Los Ríos - Chile

En Fotografía: Comandante Bomberos de Lanco: Sr. Samuel Roa


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