Traducción:
Julio Cabezas G. © Todos los derechos reservados
Lanco – Región de Los Ríos
Cuando
muere un niño, no mayor a tres o cuatro años de edad, sus padres no
se lamentan, lamentarse por ello se consideraría una
herejía. Tan pronto como el niño comienza a sufrir las agonías
de la muerte, sus padres hacen los preparativos para festejar la misma.
El
día de su muerte, matan el ternero cebado, los pavos y otras aves de corral, y también
compran un barril de vino Mosto, contratan a cantantes y bailarines, difundiendo
la noticia que don “Fulano de Tal” celebrará el Angelito.
Cuando
el niño está muerto, es vestido y adornado de flores de todo tipo, su
rostro es coloreado de rojo, y luego es sentado en una mesa para presidir la
ceremonia y permitir la fiesta.
El
pequeño ángel que vi, fue adornado simplemente, como lo he
descrito, además, para que el niño parezca con vida, se colocan dos
pequeños palos entre los párpados; por lo tanto, los ojos quedan abiertos a la
fuerza.
A la
llegada de los cantantes, bailarines y juerguistas, la fiesta comienza, y muy
pronto se convierte en una orgía furiosa, desordenada, y sin límites. Los
padres alientan y estimulan los festejos, y cuanto más el padre estimula las
bebidas a los acompañantes, mucho más gloria disfrutará el
pequeño Angelito en el cielo.
Los
padres, no dan esta fiesta con el único objeto de celebrar y aumentar
la gloria de su pequeño Ángel. La juerga les ayuda a vender carne,
cazuela, chanchito arrollado, la sidra y el mosto: y encontrar después de
veinticuatro horas que se obtuvo un beneficio claro de veinte o treinta
dólares. El negocio del padre no acaba aquí, se especula que después de
haber negociado con el cuerpo de su hijo, lo deja al mejor postor durante veinticuatro
horas, que, siguiendo el rumbo del padre, recupera sus gastos y diez o doce dólares
en el nuevo negocio. De esta manera el pequeño Ángel, da vueltas como
una mercancía vil, dando a sus arrendatarios los frutos de la profanación de un
cadáver.
El pequeño ángel que
vi, iba en su tercer arriendo, comenzando a decaer, a pesar de que el incienso
y el Agua de Colonia, calmaban el olor de la putrefacción.
Fotografía: "Angelito",
Autor desconocido, Colección Museo Histórico. Memoría Chilena, Biblioteca Nacional Digital
de Chile.