El miércoles 25 de agosto, el Presidente de la República, firmó tres proyectos de ley contemplados en la “agenda democrática” para modernizar la política. Uno plantea una reforma constitucional que admita iniciativas de ley de los ciudadanos, con excepción a materias de exclusiva competencia del presidente. Otro se refiere al perfeccionamiento de la declaración de patrimonio e intereses, y el último a la realización de plebiscitos comunales.
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El problema real y que nos importa es la hipertrofia de la actividad política en Chile, que en opinión personal, reside principalmente en la “máquina de partido”, como vehículo fugaz para la instauración de liderazgos caudillistas con su séquito de secuaces. El fenómeno caudillista es pernicioso porque pierde el Norte del Bien Común, se corrompe la actividad Política, le quita validez a la democracia representativa en favor de unos pocos inescrupulosos que se benefician desvergonzadamente.
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Los partidos que abusan del clientelismo político, comienzan por mostrar claros síntomas desviados del Bien Común, originados en caudillos y caciques que controlan cuotas de poder: se alejan de sus bases, principios ideológicos y programáticos, desconocen los principios éticos y los suplen con una cáscara insubstancial de ideas limitadas, que muy pocos se atreven a cuestionar. Finalmente, sólo interesa ganar elecciones y cargos en el aparato público, sin importar el medio utilizado ni el prestigio del partido ni los costos para la sociedad. Y así van escalando lugares entre las instituciones más corruptas, según percepción de la ciudadanía, que observa las malas prácticas y el rapto de las democracias internas. El efecto final es que despojados de análisis y autocrítica equilibrada, estos “partidos de máquina”, cómodamente quedan dependientes del liderazgo caudillista y sus arbitrios.
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Los partidos que abusan del clientelismo político, comienzan por mostrar claros síntomas desviados del Bien Común, originados en caudillos y caciques que controlan cuotas de poder: se alejan de sus bases, principios ideológicos y programáticos, desconocen los principios éticos y los suplen con una cáscara insubstancial de ideas limitadas, que muy pocos se atreven a cuestionar. Finalmente, sólo interesa ganar elecciones y cargos en el aparato público, sin importar el medio utilizado ni el prestigio del partido ni los costos para la sociedad. Y así van escalando lugares entre las instituciones más corruptas, según percepción de la ciudadanía, que observa las malas prácticas y el rapto de las democracias internas. El efecto final es que despojados de análisis y autocrítica equilibrada, estos “partidos de máquina”, cómodamente quedan dependientes del liderazgo caudillista y sus arbitrios.
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Los caudillos pueden ser patrones con poder de contratación en la Administración Pública, pero poco y nada les interesa la idoneidad y capacidades de sus favorecidos, porque sólo buscan perpetuar el poder, sea personal o del partido o de la coalición que integran. Las exigencias reales son la lealtad, incondicionalidad, traspaso de información y el apoyo político.
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Los caudillos pueden ser indulgentes, pero paternalmente benevolentes y autoritarios: administran justicia, zanjan trifulcas entre sus seguidores y establecen sanciones. Es por esto que hacia ellos podría percibirse idolatría, adulación, pleitesía, servilismo e incluso miedo. Es la extensión moderna en el ámbito político de esta relación entre el “patrón de fundo” y “el inquilino”, tan arraigada en la historia de la sociedad chilena.
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Los caudillos pueden ser indulgentes, pero paternalmente benevolentes y autoritarios: administran justicia, zanjan trifulcas entre sus seguidores y establecen sanciones. Es por esto que hacia ellos podría percibirse idolatría, adulación, pleitesía, servilismo e incluso miedo. Es la extensión moderna en el ámbito político de esta relación entre el “patrón de fundo” y “el inquilino”, tan arraigada en la historia de la sociedad chilena.
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Cada vez que escucho reiteradamente por los medios de comunicación “YO SOY AUTORIDAD”, creo que es un claro síntoma que se pretende inducir, forzadamente, a una relación de pleitesía entre la sociedad y el agente con poder político. Tal como lo es el modelo del patrón de fundo y el inquilino.
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Nótese que dicen “YO SOY AUTORIDAD” y no como en realidad debería ser:
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“SOY UN SERVIDOR PÚBLICO QUE BUSCA EL BIEN COMÚN DE ACUERDO A LAS NORMAS DE PROBIDAD Y LAS FACULTADES U OBLIGACIONES ESTABLECIDAS POR LA CONSTITUCIÓN Y LAS LEYES.”
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Claro, porque si se tratase de un representante que ha caído en los placenteros y gozosos estanques de las peligrosas manipulaciones del poder, sus palabras serían una falacia y sus actos, podrían tener riña con la democracia, la ética pública y la legalidad. Obviamente que si así fuese, nunca será reconocido, por el contrario, los caudillos defenderán el poder y prestigio obtenido, pero para ello es imprescindible apoyarse en su grupo personal de leales o incondicionales (partido de máquina). Estos leales o incondicionales, son excesivamente dependientes de sus patrones, además, manifiestan gran intolerancia y falta de reflexión cuando se les realizan observaciones o críticas a los caudillos. Todo lo reducen a dos argumentos básicos: un ataque personal a su jefe o deslealtad hacia el partido, aunque paradojalmente ni siquiera conozcan sus estatutos. Lógicamente que en esta actitud, esconden una coacción sobre el derecho a la libre opinión, hecho que en el corto plazo es garantía que amparará la impunidad de acción y en el tiempo los mantendrá en gracia con sus mentores y su empleo estatal.
Claro, porque si se tratase de un representante que ha caído en los placenteros y gozosos estanques de las peligrosas manipulaciones del poder, sus palabras serían una falacia y sus actos, podrían tener riña con la democracia, la ética pública y la legalidad. Obviamente que si así fuese, nunca será reconocido, por el contrario, los caudillos defenderán el poder y prestigio obtenido, pero para ello es imprescindible apoyarse en su grupo personal de leales o incondicionales (partido de máquina). Estos leales o incondicionales, son excesivamente dependientes de sus patrones, además, manifiestan gran intolerancia y falta de reflexión cuando se les realizan observaciones o críticas a los caudillos. Todo lo reducen a dos argumentos básicos: un ataque personal a su jefe o deslealtad hacia el partido, aunque paradojalmente ni siquiera conozcan sus estatutos. Lógicamente que en esta actitud, esconden una coacción sobre el derecho a la libre opinión, hecho que en el corto plazo es garantía que amparará la impunidad de acción y en el tiempo los mantendrá en gracia con sus mentores y su empleo estatal.
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Pero las relaciones de intermediación política o clientelismo no sólo podrían afectar el seno de los partidos políticos, sino también a la sociedad. Creo que se podrían encontrar datos prácticos que mientras mayor clientelismo exista en un territorio determinado, menor será la calidad de la democracia y muy reducida la participación ciudadana para los sectores que, podríamos denominar vulnerables o sometidos. No se trata de una denuncia tácita, sino de transitar hacia la comprensión de un “partido de máquina” y cómo el poder de un caudillo y sus redes, podrían reducir el rol protagónico de la ciudadanía a una cómoda “dependencia del patrón de fundo”. Vale decir, además de proveer empleos a su red de incondicionales, podría controlar el acceso a los recursos públicos y a través de ellos, inevitablemente, se controlará a la sociedad.
Pero las relaciones de intermediación política o clientelismo no sólo podrían afectar el seno de los partidos políticos, sino también a la sociedad. Creo que se podrían encontrar datos prácticos que mientras mayor clientelismo exista en un territorio determinado, menor será la calidad de la democracia y muy reducida la participación ciudadana para los sectores que, podríamos denominar vulnerables o sometidos. No se trata de una denuncia tácita, sino de transitar hacia la comprensión de un “partido de máquina” y cómo el poder de un caudillo y sus redes, podrían reducir el rol protagónico de la ciudadanía a una cómoda “dependencia del patrón de fundo”. Vale decir, además de proveer empleos a su red de incondicionales, podría controlar el acceso a los recursos públicos y a través de ellos, inevitablemente, se controlará a la sociedad.
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Como es lógico suponer, el ejercicio de la Política y la Gestión Pública probablemente nunca han sido ni serán intachables, siempre existirán excepciones con ambiciones de poder que derivarán en corrupción. Lo esperable es controlar la corrupción del clientelismo de manera que no corrompa la Política ni el Estado, evitando que se pierda la confianza de los ciudadanos en los representantes electos y los funcionarios públicos. De lo contrario quedaría deslegitimado el proceso eleccionario, la democracia representativa, la gobernabilidad, el rol de los partidos políticos, las leyes; y las grandes mayorías serán domesticadas por minorías políticas corruptas.
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Como es lógico suponer, el ejercicio de la Política y la Gestión Pública probablemente nunca han sido ni serán intachables, siempre existirán excepciones con ambiciones de poder que derivarán en corrupción. Lo esperable es controlar la corrupción del clientelismo de manera que no corrompa la Política ni el Estado, evitando que se pierda la confianza de los ciudadanos en los representantes electos y los funcionarios públicos. De lo contrario quedaría deslegitimado el proceso eleccionario, la democracia representativa, la gobernabilidad, el rol de los partidos políticos, las leyes; y las grandes mayorías serán domesticadas por minorías políticas corruptas.
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Así es que si el Presidente de la República pretende una verdadera “modernización de la política”, debe apuntar directamente a la vena con una buena dosis de cianuro a las malas prácticas políticas y no sobar la piel con cremitas humectantes.
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BASTA DE REALIDADES, AHORA QUEREMOS PROMESAS...
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BASTA DE REALIDADES, AHORA QUEREMOS PROMESAS...
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Julio Cabezas G.
Lanco – Región de Los Ríos
Lanco – Región de Los Ríos
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